La conocí hace tres años aproximadamente. Polvorienta, huraña, desconfiada y hambrienta. Ella me introdujo a un mundo aparte y poco a poco me fue brindando su amor, me fue abriendo su espacio y enseñándome cómo se vive en una manada.
A falta de formas para presentarnos la llamé Tuti y ella aceptó su nombre formalmente.

Comenzó a recibirme cada que llegaba a ella con todo su amor, a mostrarse melosa y dispuesta a dejarme entrar en su hábitat.
Conocí a sus hijos, a otros parientes y me di cuenta que Tuti era la madre de todas las madres.
Su día a día era no solo sobrevivir en el inhóspito sitio donde había llegado hace años aprendiendo a defenderse de los ataques de animales y sobreviviendo a las inclemencias del tiempo: frío y calor; hambre y sed eran su diario vivir, pero ello quedaba atrás porque delante de ella había hijos, hijas y más familiares que defender.
Con orgullo me dijo: mira todo lo que he criado y protegido con mucho amor. Mira mi familia.
Me mostró con orgullo la pureza de su vida silvestre, las mañanas llenas de alegría amamantando a los hijos, corriendo a llevarles un bocado, la alerta perpetua para no ser sorprendida por animales depredadores, pero me enseñó principalmente a ver los atardeceres con su paz, a disfrutar del cielo y sus estrellas en la incipiente oscuridad de la noche.
Me enseñó a aprender a despedirme de ella sin sentir dolor, sin sentir la angustia de dejarla en el mismo lugar expuesta a todo.
Me enseñó a amarla y a aceptar que no podía llevarla conmigo. Me mostró que dar sin esperar nada a cambio era la mejor manera de agradecer al todo lo mucho que recibimos día a día.
Me ha enseñado a amar sin tratar de poseer; a soltar y dejar ir y a alegrar mi corazón cuando regreso una y otra vez a la manada.
Es ahí donde me siento libre, compartiendo con ella y su familia lo que mi corazón es capaz de dar.
La vida me cambió cuando la conocí. No me importa que otros no puedan sentir lo que siento a su lado, pero si debo dejar constancia que hay un mundo de desamparados y miserables.
Los sin casa, sin amor, sin una caricia. Ellos saben darlo todo con una sola mirada.
Cambiemos su desamparo. Está en nuestras manos lograrlo.
¡Historias de pelos!