+ “El periodismo es oficio de ultratumba, para la luz pública”: Vicente Leñero
Córdoba, Ver.- Repuesto un poco del impacto emocional que sentí hoy al mediodía tras saber la noticia de que los diarios El Sol de Córdoba y El Sol de Orizaba cerraban sus puertas y mis queridos compañeros quedaban en la calle solo tengo palabras de apoyo y estímulo para aquellos periodistas que se formaron en ese rotativo, que escribieron por años, ya sea noticias de información general, policiaca, sociales, deportes y se hicieron especialistas en géneros periodísticos como la noticia, la crónica, el reportaje, la narrativa y causaron huella en miles de lectores que a diario siguieron las plumas de esos grandes hombres y mujeres que dejaron plasmados sus pensamientos en ríos de tinta, en millones de letras que se convirtieron en millones de palabras que crearon frases, pensamientos y mensajes que en su momento conmocionaron a diversos grupos sociales.
Me siento orgulloso de haber pertenecido a ese equipo de trabajo a quienes nunca nos importó el cansancio, la mala paga, el nulo agradecimiento y el ausente reconocimiento. Solo teníamos un objetivo: informar.
Fundado en 1975 el diario 2001 fue posteriormente vendido a la Organización Editorial Mexicana, propiedad del ya fallecido Mario Vázquez Raña.
A mí me tocó iniciar en el maravilloso taller de artes gráficas donde se le daba rienda suelta a la creatividad, desarrollando los bocetos, maquetas o ideas que nos presentaban los diagramadores, editores o secretarios de redacción.
Era impresionante el movimiento de personal de ese diario. El Sol nunca moría: Desde el afanador que entraba a las 6 de la mañana seguido del personal administrativo y reporteros que lo hacían desde las 9 hasta el personal de redacción que a eso de las 12 del día arribaba para iniciar la elaboración del también desaparecido El Sol de la Tarde.
El ruido de los teletipos, del carrier escribiendo de forma incansable, día y noche, de forma infinita rollos y más rollos de información que recibíamos en ese entonces a través de la microonda.
En las noches desde las siete el personal de talleres era el bullicio de esa empresa. 7 PM los formadores, 9PM fotomecánica; 10PM color; 11 fotomontaje y fotolito y 00:00 rotativas.
Por las tardes, las disputas por los escritorios entre reporteros, las máquinas de escribir con sus cintas totalmente secas, exprimidas de tinta, mientras que cada tecla metálica de las viejas Olivetti, Remington y otras marcas solo acertaban a dejar marcada la cuartilla, como así se llamaba una hoja tamaño carta de papel revolución, que nos daban a cada reportero para escribir nuestras dosis de notas.
Los celos por la información y por ocultar a los demás lo que cada uno escribía era el pan de cada tarde en la sala de reporteros. Estaba prohibido lanzar miradas fortuitas a escritorios ajenos donde también se cocinaban noticias exclusivas.
La batalla por ganar la nota de 8 columnas rayaba en la exageración, pero eran los tiempos en los que cada reportero era un lobo solitario con la finalidad de ganar una nota exclusiva que fuera la de 8 columnas. Si un reportero que escribía una nota tenía que pararse de su escritorio muchas veces se llevaba consigo su cuartilla o nota que elaboraba.
Al otro día, lo primero que se hacía era leer el diario buscando la posición donde había colocado nuestras notas el jefe de redacción en turno o el despiadado secretario de redacción.
Entrar en cólera porque considerábamos que no habían valorado bien nuestra información o porque habían preferido poner de principal noticias que a nuestro juicio eran de menor valor noticioso que las nuestras.
Las disputas con los jefes debido a reclamos. Gritos, empujones, mentadas y a veces hasta suspensiones laborales por reclamar y exigir que valoraran más el trabajo de cada uno.
De esos tiempos recuerdo a quienes me enseñaron grandes cosas y me brindaron sin egoísmos su experiencia: Juan José Contreras Lara, David Rojo, Zurita, Hugo Casiano, Arturo Carretero Lara, creador de magistrales maquetas de páginas deportivas.
Los grandes jefes de talleres que me enseñaron cientos de cosas en el trabajo de artes gráficas como formación, fotomecánica, fotolito, fotomontaje y rotativa. Hablo de Juan Medina, de Rafa Jiménez, en publicidad de Ángel Beverido, los hermanos, Víctor, Álvaro y Agusto Ortiz Salamaca, Felipe Alegría, Rodrigo Carmona Cuadra quien años después de convertiría en reportero gráfico.
Recuerdo un libro que me regaló Juan José Contreras Lara, del autor Paco Ignacio Taibo II, “Días de Combate”, donde se narraba la vida de un detective privado que se desenvolvía en todos los ambientes con tal de obtener información que le llevara a esclarecer casos y yo sentía que los reporteros de ese entonces, específicamente los de policiaca, emulaban al personaje principal de ese libro, Héctor Belascoarán Shayne porque éramos sujetos pendencieros pero que fortuitamente habíamos llegado a ser reporteros y porque la mayoría de la información se obtenía, además de los Ministerios Públicos, separos y comandancias, en los antros y tugurios más reconocidos y también los más bajos, donde se podían encontrar a todo tipo de personajes tanto policiacos, políticos como fantoches pero que con el alcohol eran proclives a soltar la lengua.
Era época en la cual al reportero se le asociaba siempre con el cigarro y el alcohol.
Cuántas veces en la noche llegaba a la redacción algún reportero, pasado de copas a pedir abrieran espacio porque acaba de estar en algún antro con determinado jefe policiaco quien le había confiado información muy importante en exclusiva y había que darla a conocer.
Para mí, la talacha redaccional y la lucha por ganar la noticia a como fuera se convertía en algo primordial: eran días de combate.
Nunca nadie nos felicitó. Nadie de los directivos se acercó a decir: ¡Qué bien lo hiciste!. Al contrario, el regaño obligado y básico de siempre fue: ¿Por qué salimos tarde?
Hasta que uno de los 13 directores que se cruzaron en mi camino o yo en el de ellos, me apaciguó de este trauma y me dijo: “Si vas salir tarde entonces sal lo mejor posible. Sal mejor que los otros”.
Cuando llegué al diario acababan de estrenar el sistema de proceso de información más avanzado en ese momento producido por la empresa Compugraphic. Con el paso de los años llegué a operar, manipular y reparar los equipos de esa firma que no solo se encontraban en Córdoba sino en muchas otras editoras de la cadena. Compugraphic vino a sustituir a los sistemas Harris, que a su vez años antes habían sido los que habían sustituido a las máquinas de cinta perforada las que también una ocasión habían sustituido a los vetustos linotipos o sistemas tipográficos en caliente.
Eran los tiempos del disco flexible o flopy, del papel fotográfico Ektamathic de la firma Kodak. Esa firma y posteriormente Agfa fueron las únicas empresas proveedoras de productos fotográficos y químicos para las editoras. Desde los simples rollos de película de 35mm hasta película fotográfica de 27 x 53 para negativar los originales mecánicos.
De aquellos papeles fotográficos Kodabrome y Kodabromite para que los reporteros gráficos imprimieron todo su material en blanco y negro.
Hubo compañeros fotógrafos egoístas muy buenos y otros que siempre estuvieron dispuestos a compartir sus conocimientos, enseñar y formar a nuevos fotógrafos. Muchos bebimos de la experiencia de fotógrafos como Román Hernández Balbuena, Enrique Barradas y Rafael Calvario que nos enseñaron el revelado de películas en tanques Patterson; el uso básico de la ampliadora; los trucos y mañas para imprimir con diversas intensidades de sombra.
Recuerdo que me tocó instalar una segunda ampliadora de color para realizar el trabajo de separación de colores en cuatricomías y que fue el gran maestro de la lente, Horacio Fadanelli de la ciudad de Orizaba quien me dio instrucciones de como armar, ajustar y poner a trabajar ese armatoste.
Cada uno de esos trabajadores me dio lo mejor de sí en conocimiento y experiencia para poder avanzar en el camino que debería recorrer en esa empresa.
Jamás olvidaré las enseñanzas de los ingenieros Joel Arredondo y Adrián Márquez, de la firma Compugraphic que me enseñaron todo lo necesario para poder reparar máquinas como tituladoras 7200, Computape I y Computape II, las Trendsetter, Compuraker. Me obsequiaron todos los diagramas de la circuitería lógica de esas máquinas y el uso de ellos plasmados en microfilme para detectar fallas y repararlas.
Cuando ambos se despidieron de mi recuerdo que me dijeron que ya estaba yo capacitado para dar mantenimiento y reparar las maquinas Compugraphic pero me advirtieron que tenía que cobrar bien mi trabajo, que jamás regalara todo ese conocimiento que ellos me brindaron solo para ayudarme a ganar más y así lo hice.
Con esa capacitación años después pude no solo arreglar máquinas de El Sol de Córdoba sino de otras editoras del estado de Veracruz e inclusive de otros estados, hasta que esa tecnología desapareció para dar paso a las PCs y a las máquinas Apple, que traían paquetería de la firma Adobe enfocada a permitir el trabajo total de editoras con programas como Freehand, Aldus Ilustrator, Photoshop, QuarXpres e InDesign.
Fue Alfredo Ríos quien me sacó de talleres. Me hizo su secretario de redacción y a los pocos meses me lanzó como reportero de la sección financiera.
Con muchos de mis compañeros que hoy quedarán sin trabajo compartí el pan y la sal, sueños, proyectos, problemas y cada uno de ellos me enriqueció en experiencia. Sé que al tiempo ellos encontrarán un nuevo camino y nuevos proyectos.
Cada uno de ellos vale oro en su oficio. Hay un dicho que dice que la practica hace al maestro y ellos llevan años cumpliendo el principal objetivo con toda su experiencia. Informar. Y lo seguirán haciendo.