+ Domingo de sangre: 5 ejecutados el 31 de marzo
Córdoba, Ver.- El 10 de octubre de 1991, fue privado de la vida uno de los gatilleros más temibles de la zona cañera y región centro de Veracruz. Toribio Gargallo Peralta. Con el cayeron también Fructuoso Adán Hernández alias “El Láminas” y Jacinto Nieto Gargallo, alias “El Chinto” Gargallo, así como dos pistoleros más: Jorge Flores Viveros y Marcial Romero Arroyo. Lo siguieron hasta la tumba.
El que esto escribe tuvo la oportunidad de cubrir estos hechos y todo lo que a partir de ese momento fue ocurriendo o desgranándose.
Varios hechos fueron noticia de talla internacional. El primero fue la detención de un sujeto con más de 100 kilos de cocaína que según dijo se los guardaba a “El Toro” y los otros fueron los hallazgos de osamentas, restos humanos y cadáveres encontrados en la profundidad de varios pozos ubicados en parcelas, tanto de Cruz Tetela como de San Pablo Ojo de Agua, lugar este último de donde era originario El Toro y toda su familia.
Ríos de tinta sirvieron para escribir la leyenda de uno de los caciques más temidos de la zona centro.
De los pozos, si no mal recuerdo fueron 7, fueron extraídas alrededor de 102 osamentas completas más restos humanos dispersos.
Encabezó toda esa investigación quien en ese momento era director de la Policía Ministerial, el profesor Abel Cuéllar así como el director de Servicios Periciales, de apellido Carpinteiro, así como dos peritos que fueron encargados de ir extrayendo con cubetas, restos putrefactos, osamentas, cráneos que en su mayoría tenían perforaciones en la región occipital y muchas prendas de vestir tanto de hombres como de mujeres.
Fueron solo dos peritos los que trabajaron en esa inmensa tarea. En ese momento, no existía internet, ni bancos de ADN ni equipo electrónico para trabajo pericial. Que yo recuerde, solo se logró identificar a dos o tres cadáveres de un total de 102 osamentas completas, mas restos dispersos.
Esos restos humanos tras ser inventariados y fotografiados fueron guardados en el anfiteatro del Hospital Civil “Yanga” muchos meses hasta que alguien dio la orden de transferirlos a Xalapa y ya no supe que destino tuvieron esas osamentas que pertenecieron a seres humanos que fueron víctimas de ejecuciones y de desaparición forzada.
Recuerdo muy bien aquellas escenas en que a un lado de cada pozo se determinaba un espacio como campamento donde se iban armando las osamentas una por una, viendo que parte correspondía con otra, en base a su tamaño, densidad y otras características que solo los peritos experimentados pueden conocer. Parecían zonas arqueológicas. Decenas de prendas ondeaban en macabros tendederos. Ropa hecha jirones y con perforaciones.
Aun con todas las carencias que enfrentaban las corporaciones y Periciales, el trabajo lo hicieron peritos. Jamás un civil de los que estuvieron ahí presentes tocó un pozo, se introdujo a él, tuvo en sus manos algún hueso o restos humanos.
Lo anterior que describo en base a mi experiencia como reportero es porque me pregunto una y otra vez por qué la actual Fiscalía General del Estado a cargo de Jorge Winckler y la Fiscalía General de la República han abandonado una responsabilidad tan grande como es la de investigar por oficio todas las fosas que se han encontrado en lugares como Santa Fe, El Tamarindo y más recientemente en el cerro Los Arenales que se ubica en el municipio de Río Blanco.
Pero lo más grave es que ahora dejen en manos de sufridas integrantes de colectivos de personas desaparecidas, la mayúscula labor.
Hago un paréntesis para reconocer la inmensa tarea y el profundo dolor con el que colectivos, específicamente mujeres, realizan una labor no apropiada para ellas.
Araceli Salcedo en entrevista hace tres días y publicada en este diario digital manifestó que habían dado positivo 5 fosas más a través del método que utilizan los colectivos y que tristemente llaman “varilleo”.
El “varilleo” consiste precisamente en una varilla en forma de cruz o espada que se entierra donde se presume existe una fosa con restos humanos. Si la varilla no penetra la tierra de forma fácil significa que no hay nada, pero si la varilla se hunde fácilmente significa que es una fosa. A partir de ese momento, enterrar la varilla varias veces va acompañado de otra acción: oler la punta del fierro y si el olor es putrefacto significa que ahí existen cadáveres.
Lo han hecho muchas veces y es así como lograron detectar las fosas de San Fe y descubrieron más de 200 cadáveres.
Y es lo mismo que están haciendo en Los Arenales, cerro ubicado en Río Blanco.
Los veracruzanos nos hemos acostumbrados a ver como “normales” estas acciones de búsqueda y localización de cadáveres de personas víctimas de desaparición forzada. Vemos como normal que sean los colectivos y no la Fiscalía General del Estado junto con la Especializada en investigar, detectar y proceder a la investigación de cada cadáver hasta exhumar, acción donde ya se incorpora la FGE
Pero el colmo llega al escándalo:
El pasado sábado 30 de enero, la Policía Federal Científica inició un curso taller de capacitación a las integrantes de colectivos de personas desaparecidas en la zona Córdoba-Orizaba, a peritos, arqueólogos y antropólogos tanto de la Fiscalía General del Estado como de la Fiscalía General de la República.
Araceli Jiménez, en su lucha titánica va más allá: Conformaremos células con integrantes de 7 familias para creer un programa de trabajo en la búsqueda de desaparecidos en las fosas.
Son claras las comparaciones:
En 1991, en los pozos de San Pablo Ojo de Agua y Cruz Tetela solo dos peritos trabajaron para extraer de los pozos y clasificar, alrededor de 102 osamentas, sin ayuda de tecnología alguna. Hoy la Fiscalía General del Estado, prácticamente deja en manos de colectivos la búsqueda a investigación de fosas pese a contar con más personal, técnicas, bancos de datos y equipo.
Tal parece que la Fiscalía ahora se esconde en las faldas de mujeres valientes y decididas que buscan a sus seres queridos sin importar que no tengan recursos, técnicas, que sufran amenazas y que vean que las autoridades responsables no hagan su labor.
De ese tamaño.