En una escena cuidadosamente calculada para captar la atención nacional e internacional, el presidente Emmanuel Macron se envolvió en el simbolismo de Notre-Dame el pasado sábado 7 de diciembre, marcando la reapertura de la icónica catedral tras el devastador incendio de 2019. Lo que debía ser un discurso al aire libre en la plaza frente al edificio, terminó trasladándose al interior de sus muros recién restaurados debido al mal tiempo. Pero esta inesperada variación logística vino acompañada de polémicas que cruzaron los ámbitos de la política, la religión y la sociedad.
Macron, que adoptó el papel de maestro de ceremonias y “gran intendente” de Notre-Dame, pronunció un discurso que para muchos socavó el principio de laicismo del estado francés. En un espacio profundamente religioso, sus palabras estuvieron cargadas de referencias espirituales y de una retórica que algunos interpretaron como una suerte de “confesión pública”. Según las críticas, este gesto rozó el “pecado venial”, ya que si bien las circunstancias meteorológicas lo llevaron al interior de la catedral, la elección del lenguaje y el tono evocaron un vínculo simbólico entre el poder político y lo sagrado, un vínculo que la República Francesa se esfuerza por evitar.
La controversia no terminó ahí. La restauración de Notre-Dame, cuyo costo ascendió a unos 700 millones de euros financiados principalmente por donaciones privadas, reabrió heridas y tensiones en torno a las prioridades nacionales. Mientras la catedral resurgía con un brillo renovado —y, según algunos críticos, un “blanqueado” que alteró su carácter histórico—, muchas voces se alzaron cuestionando por qué una ejecución tan rápida y precisa no se replicaba para abordar crisis como la pobreza o la falta de vivienda en Francia. Así, la “resurrección” de Notre-Dame, como Macron la describió, se convirtió en un símbolo tanto de orgullo nacional como de un desencanto más profundo con las desigualdades sociales.
Pero quizás lo más punzante para los críticos fue lo que algunos llamaron el “pecado mortal” de Macron. Dentro de los muros de un recinto católico, el presidente hizo un llamado apasionado a la fraternidad, evocando ideales de unidad y humanidad. Sin embargo, para muchos, este mensaje contrastó amargamente con las políticas de su gobierno y su postura en temas bélicos, donde no dudó en apoyar acciones que implican el envío de jóvenes a la guerra, contraviniendo el mandamiento cristiano de “no matarás”.
La reapertura de Notre-Dame fue concebida como un momento de celebración y de unidad, un homenaje al ingenio y la resiliencia francesa. Sin embargo, el evento y el discurso de Macron dejaron entrever las grietas en la relación entre el patrimonio histórico, las necesidades sociales y los valores republicanos. Así, lo que debía ser un acto solemne y reconciliador terminó por encender un nuevo debate sobre las tensiones que persisten en el corazón de Francia. (fjchr 9/12/2024)