Los turistas no saben dónde han estado, los viajeros no saben hacia dónde están yendo. Camelot.
Hace frio. Han estado las temperaturas muy perronas. Frio de 5 grados y lluvia. Pero con suerte el día que llegamos parecía Orizaba, ni llovía y estaba fresco. Trajimos el buen tiempo, me dice el veracruzano madrileño, Rafael Fuster, una gente apreciada en todo Veracruz, que seguro comeremos mañana, Aquí vive el hombre hace cinco años y conoce bien los callejones y restaurante. Lo primero, porque hace hambre y hay que comenzar a acostumbrar el cuerpo a los vaivenes del jet lag y al huso horario. Son 7 horas de diferencia con México y mientras allá duermen, uno aquí anda de pata de perro, caminando lo que se pueda. Mas noche un tentempié en el Museo del Jamón, que son para los turistas y se come rico todo tipo de jamones, el Jabugo Pata Negra, que alimentan a los animales con bellotas y, por eso vale más caro y sabe más bueno, dicen. La morcilla de Burgos, la patata española, los calamares, que en el Romanchu de Luis Gutiérrez Príncipe, los hacían de campeonato. Camino por la noche por el edificio de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, donde a cada rato hay mítines y hace unos cinco días el ex presidente Felipe Calderón aquí llegó y se tiró un spitch en apoyo a los ucranianos, que el criminal de Putin quiere arrasarlos, con un poco de ayuda de Trump, que se volvió rusófilo, a ratos. Hay que aguantarlo, solo va a demorar cuatro años y el tiempo pasa, decía Juan Gabriel, que el tiempo es el peor enemigo.
Mañana del otro día, camino la Gran Vía, paso por Chicote, Lara le cantó: “En Chicote un agasajo postinero”, se puede entrar y hay una especie de museo de todas aquellas figuras que allí han visitado, desde Ava Gardner, cuando en España, escapada de Frank Sinatra, vivía un tórrido y loco romance con el torero Luis Miguel Dominguín, padre del cantante. Cuentan los biógrafos que, cuando le hizo el amor por primera vez a Ava, el animal más bello del mundo, Dominguín se paró de la cama y ella le preguntó: “¿Adónde vas?”. “A contarlo”, presumió el torero.
EL BOLERO DE GRAN VIA
Siempre, desde hace 30 y pico de años, hay un bolero mexicano en Gran Vía, da la boleado por 5 y pico de euros. Tiene en su cajón una virgen de Guadalupe y mensajes de Viva México. Lo encuentro y me doy bola, platico con él, está allí desde hace un tiempo y todos tienen que ver con su presencia. Platicador. Se llama Walter, presume ser sonorense, parece jarocho, le digo que su nombre es muy peruano y me responde que no, es latino. Cuenta que ha boleado a gente de Hollywood y al papá del Checo Pérez, de quien ahora anda de novio de Lucia Méndez, dicen los del Hola. Se queja, como todos, dice que apurado ahí vive, pero también tiene otro letrero donde acepta comida y me muestra un gran bife de filete que le acaban de regalar. Llega un español y lo saluda, platico con él. Le dice “Manito”, esa expresión muy mexicana de hermanito, que los mexicanos al grito del afecto empleamos con mucho cariño, como lo hacía Kamalucas, un filósofo de mi pueblo cuenqueño, que en paz descansa. Es profesional, quita los cabetes y los limpia, les pone su grasa y le dejo su propina. El español que espera turno me cuenta que tiene unos 10 años que lo visita, jubilado a sus 65 años y con una edad de cerca de 85, el viejo también allí llega a nutrirse de la sabiduría callejera de un bolero, que no solo cuenta cuentos, cuenta anécdotas vividas y todos le dan su propina. Es como aquel poema de León Felipe: “Yo no sé muchas, es verdad, digo tan solo lo que he visto”.
Así este hombre, orgulloso trabajador mexicano.