Entré a la cabina radiodifusora en la subida de Santa María. Los martes el noticiero matutino nos brindaba minutos para informar actividades de la universidad y al micrófono tenían a Porfirio en campaña como candidato a la presidencia de México por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) Hablaba de los otros candidatos. De Fox decía que era un actor, que si le pedían que actuara como Tarzán o cualquier otro personaje lo haría sin reparo. En un respiro le dije ¿Y cómo se define Porfirio? Reviró “eso que los demás lo digan”
De ahí fui con él y séquito al invitarme acompañarlos al mercado Revolución donde se haría presente, antes nos detuvimos en el portal del Zevallos, me quitó mi café durante la improvisada rueda de prensa con la banda de reporteros y fotógrafos de Córdoba, quienes preguntaban más de pleitos y escándalos políticos que de propuestas de estado. Metí la cuchara y pregunté sobre su propuesta educativa para la nación. Se impuso a las amontonadas voces a su derredor y dijo “he ahí una pregunta interesante” entonces bordó con comas y acentos sobre lo que esos dias se había definido en la cumbre mundial de educación en Ginebra Suiza, la conocía a detalle, no en balde muchos años atrás (1976 – 77) fue secretario de educación pública e impartió discursos memorables, uno de ellos enmendando la plana a los dueños de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior (ANUIES) en su asamblea general ordinaria de Guadalajara en Mayo 77.
Ahí señaló la obligación de las universidades con la calidad, el espíritu crítico y el propósito auténtico de superación en las cuestiones que sobre ese ciclo educativo preocupan a las instituciones que representan al estado mexicano y a la opinión pública. Para ello los responsables han de encontrar un equilibrio creativo entre las libertades de la inteligencia y las responsabilidades de la educación; entre la formación de los jóvenes y el empleo de los recursos humanos; entre el respeto a la razón y los requerimientos de un país que necesita optar, todos los días, dentro de su contexto histórico, y preparar, al mismo tiempo, un porvenir congruente con su mejor y humana tradición y les recordó que la inversión en capital humano ha sido —a partir del pensamiento ilustrado del siglo XVIII— la principal apuesta de las naciones para garantizar su progreso.
Porfirio en su vida pública no solo mostró academismo sino también capacidad política asesorando a la presidencia y representando al país ante las Naciones Unidas y dadas las circunstancias políticas decidirse a cuestionar en 1986 la falta democrática de su hegemónico partido.
Porfirio Muñoz Ledo fue una figura central para que México dejara atrás la figura del partido de Estado ya que la obcecación es contraria a la sabiduría y nociva para los quehaceres del Estado, que, si bien exigen firmeza, demandan asimismo flexibilidad, imaginación y acatamiento al veredicto electoral. Saber gobernar es también saber escuchar y saber rectificar. El ejercicio democrático del poder es, ciertamente, mandar obedeciendo.
Pero más que por sus capacidades intelectuales o por su maestría o su constitucionalismo de cepa, por respetado diplomático, orador nato, parlamentarista decano, agudo polemista o hasta sus últimos días político por convicción, me quedo siempre con el Porfirio humano como cualquiera de nosotros, explosivo de carácter, saltimbanqui de partido a partido, irreverente, bohemio, bromista y sarcástico. Ahora, bien ganado, goza ya del paraíso al que estamos destinados. (fjchr, México, Veracruz, 10/07/2023)