Nudo de víboras, novela de François Mauriac, es un monólogo que Luis, un avaro abogado, redacta a sus 68 años, en una carta pensada para que su esposa y sus hijos lean después de su muerte. En esa extensa misiva expone, reiteradamente, las razones por las que tiene determinado no dejar a su esposa Isa y a los hijos, Huberto y Genoveva, nada de su inmensa riqueza, pues ha comprobado que ellos nunca lo han querido y solo esperan que muera para apoderarse de todos sus bienes. Y, por eso, exclama: «Yo soy un hombre al que no se ama… Me sentí como un dios, dispuesto a exterminar a aquellos débiles insectos con mi poderosa mano, a aplastar con el pie a aquellas víboras enroscadas».
Convencido de que todos los integrantes de su familia forman un nudo de serpientes, toma la decisión de transferir su fortuna a Roberto, hijo natural que tuvo con una mujer fuera del matrimonio. Cuando lo localiza y le expone su plan, aquel muchacho, simplón y ambicioso, le exige que la operación se haga de tal manera que no tenga problema alguno, ni con el fisco ni con los bancos ni con los hijos legítimos. Lo que no tiene previsto, y descubre por azar, es que este hijo ha pactado en secreto con Huberto y Genoveva para repartirse la herencia, esperando de esta manera asegurar que, a la muerte de Luis, no tendrá que enfrentar ningún problema, aunque con ello reciba solo una parte de la inmensa fortuna. Indignado por comprobar que este hijo también es mezquino y ambicioso, decide excluirlo de su herencia y solo asignarle una limitada pensión vitalicia.
En esta determinación está cuando recibe un telegrama de su hijo en el que le notifica que su esposa Isa ha fallecido. Este imprevisto lo sume en conflicto. Si bien las relaciones con su esposa nunca fueron buenas y la culpa de nunca haberlo querido ni atendido, descubre que este sentimiento lo compartió ella y que también él es causante y culpable de los odios y resentimientos familiares. Luis se reconoce «un ser condenado en la tierra, un réprobo, un hombre que a donde quiera que vaya anda siempre por una ruta equivocada, un hombre cuyo camino ha sido siempre falso, alguien que está falto en absoluto del sentido del mundo». Y concluye que todo esto no ha valido la pena bajo el pretexto de acusarlos de una ambición que también se explica por la actitud avara que él siempre ha mantenido.
Al reflexionar sobre este hecho tan inesperado, Luis reconsidera su actitud y su decisión. Asigna una pensión vitalicia a Roberto y reparte toda su herencia entre los dos hijos. En cuanto a él, ya a sus 68 años, se reserva una cabañita y un pequeño viñedo, viviendo en una cabal austeridad. Insistentemente trata ahora de modificar radicalmente su actitud ante los hijos y la nieta Janine. Sufre al verlos sufrir y goza con las efímeras y, todavía desconfiadas, muestras de respeto y afecto que le brindan.
Cuando muere, Huberto escribe una carta a Genoveva, confesando que se hace eco de quienes siempre sospecharon que Luis era un demente, que padecía trastornos de conducta que bien le merecían ser refundido en un siquiátrico. En cambio, Janine, la nieta, le trata de defender de todas las acusaciones en una misiva que dirige a su tío Huberto, cuando su madre se niega a que lea la larguísima carta que su abuelo dirigió a su madre e hijos.
Pocos libros ha de haber como Nudo de Víboras, estrujante novela epistolar de François Mauriac, Premio Nobel de Literatura 1952. La novela enseña mucho y provoca una reflexión sobre los tremendos daños que ocasionan pasiones destructivas y venenosas como la avaricia, el odio, los celos, la violencia, la soberbia, la envidia, el egoísmo, la hipocresía, la traición, la sed de venganza, la ambición de dinero y de poder…
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