Queda dicho que el sistema educativo del país, especialmente eso que llaman la Nueva Escuela Mexicana, está siendo incapaz de enfrentar el reto de levantar la calidad de la educación. Con la imposición de planes y programas de estudio superficiales, invadidos de ideología y vacíos de ciencia, con libros de texto que no tienen ni pies ni cabeza y con una evaluación que va a ser botada al cesto de la basura, miles de niños van cursando ciclos escolares sin avanzar y sin la urgente preparación que requiere un futuro que ya llegó.
Podemos recrear la escena: un padre de familia que piensa y cree que su hijo debe ir a la escuela para lograr una formación que le permita vivir de una manera digna. Con sacrificios lo lleva, día a día. Corre el tiempo y el niño pasa de año sin que se note ningún progreso. Entra y sale igual. Sea que los papás decidan, con más sacrificio, llevarlo a una escuela privada, o sea, peor, que ahí siga, al llegar a secundaria las cosas van peor. En bachillerato, imposible. No hay forma. El niño no sabe nada. Fin de los sueños. ¿La culpa? ¡Ah, los maestros que no enseñan nada!
¿Y, qué; no les pagan por enseñar? ¿En qué gastan las horas? ¿Qué hacen los directores? ¿Y los supervisores? ¿Y los jefes de sector? Están atareados en acatar, sumisos, con la espada de Damocles sobre la testuz. Los profesores, con un cerro de formatos que llenar, con una inmensa carga administrativa, decenas de páginas que leer sin entender para qué, comisiones sindicales, cursos inútiles, comités de todo, juntas interminables, atención a padres agresivos, homenajes, periódico mural, exámenes de diagnóstico (por suerte, ya no hay Enlace, ni Planea, ni Mejoredu, ni Pisa, ni nada. Total, ¿para qué?) Y muchas reuniones de los Consejos Técnicos, que ahora hay que echar a la basura y crear las Comunidades de Aprendizaje, porque, como señala un maestro: «De esos Consejos Técnicos Escolares no va a quedar ni una coma, es decir, que es probable que estemos en la antesala de un esquema igual o peor al que ha estado operando desde algunas décadas en nuestro país. Peor aún, es, tal vez, la muestra más palpable de la ignorancia sobre un sistema que solo funciona en la mente de los políticos y funcionarios de gobierno». Será con otro modelo, y poco trabajo en el aula, cuyos resultados se verán, no con evaluación, que hay que desechar por aspiracionista y discriminatoria, sino con otra… O, tal vez mejor, con nada. Y la culpa seguirá siendo del maestro, de ese «empleado» que, como alguien irónicamente publicó en las redes, ejerce «la única profesión en la que necesitas trabajar antes de llegar a trabajar para que tengas trabajo que hacer en tu trabajo y que, después del trabajo, necesitas trabajar para evaluar el trabajo durante el trabajo porque no tuviste tiempo para hacer eso porque estabas trabajando» (Docentes al día).
«Tal parece que no es suficiente con que el docente planee sus clases, a veces de modelos y planes de estudio que son construidos a capricho de los funcionarios, gobiernos u organizaciones empresariales nacionales e internacionales; tampoco parece suficiente que el docente desarrolle sus clases con alumnas y alumnos provenientes de contextos sociales y/o familiares complejos y diversos, donde el padre de familia ve al maestro como su sirviente o empleado; mucho menos parece ser suficiente, que ese mismo docente pueda elaborar material didáctico con ciertas especificidades porque el nuevo modelo ahora así lo mandata; en fin, parece que nunca es suficiente y, por ello, hay que exigirle al docente». Abelardo Carro Nava (https://profelandia.com/Oct 12, 2024).
Hallados a la mano los «culpables», la pregunta es: ¿Y los alumnos, cuándo?
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