La estación del año preferida de muchos parisinos es el otoño y no podemos sino darles razón. En efecto, el otoño trae consigo un cambio en el color de las hojas de los árboles que se visten de ocre, rojo y sepia, lo que confiere un carácter muy particular al paisaje.
A pesar de las bajas temperaturas y de la llovizna, el invierno parisino tiene también su encanto. No estamos hablando de los paisajes nevados, pues, felizmente, nieva poco en la ciudad, sino de otro tipo de ambiente.
La luz tenue, la sensación de humedad en el aire, así como la vegetación escasa, principalmente los árboles desnudos de hojas, le dan un toque de nostalgia a este periodo del año en la ciudad.