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La clase de griego

La lengua griega es una de las sólidas raíces de donde procede el español. Junto con el latín, que le dio mucho alimento, y del árabe que le regaló un buen acervo, los tres idiomas aportaron a nuestro idioma como un 90 % de su vocabulario. Y de las dos primeras lenguas, griego y latín, recibió el español básicamente toda su rica sintaxis. Por eso, ni el griego ni el latín son lenguas muertas, como tradicionalmente se las califica.

Por esa riqueza lingüística, la jovencita protagonista de La clase de griego, novela, o relato, de Han Kang, la coreana Premio Nobel de literatura 2024, parte de la fascinación por aquella lengua clásica para contarnos, junto con su profesor, una historia de amor, tristeza, soledad, lejanía, aislamiento.

Aunque el temprano descubrimiento de las palabras le ha traído gratas sorpresas, poco a poco su espíritu lastimado va apareciendo como la causa de su perenne mutismo que estalla a los 16 años. Recuerda: «cuando disponía del lenguaje, las emociones eran más claras y fuertes. Pero ahora ya no hay palabras dentro de ella. Las palabras y las frases se han separado de su cuerpo». De hecho, así se inicia este relato. Ella acude a una clase de griego y el profesor le pide que lea unas palabras en ese idioma. Ella se cierra, en un hermetismo fatal que dominará todo el resto de su breve historia: «Desde que ha perdido el habla, todos los paisajes se convierten en fragmentos rotos de aristas definidas, como los papelitos de colores del caleidoscopio que cambian silenciosa y repetidamente de forma, cual infinitos pétalos fríos» (96).

La chica ha sufrido, casi simultáneamente, dos irremediables pérdidas: la reciente muerte de su madre y la separación de su pequeño hijo que es entregado en custodia a su ex marido por ser considerada inestable y sin capacidad económica suficiente. Ella sostiene enfáticamente que no perdió el habla debido a una experiencia en particular: «El lenguaje se fue deteriorando en el transcurso de miles de años, desgastado por el uso de incontables lenguas y plumas. Ella misma lo fue deteriorando a lo largo de su vida, con su propia lengua y su propia pluma. Cada vez que empezaba a escribir una oración, notaba el corazón gastado; su corazón remendado, consumido, inexpresivo» (153).

El profesor, el otro protagonista de este relato, ha sufrido también su dosis de sufrimiento y aislamiento. Por una posible herencia genética, recibida de su padre, poco a poco va perdiendo la vista. Su ceguera no le impide dar clases, que él imparte utilizando su ágil memoria y el auxilio del pizarrón. De la mano de filósofos griegos, resalta analogías de palabras que son reveladoras de esos sentimientos de soledad, mutismo y tristeza: «Son los verbos “padecer y aprender”. ¿Verdad que se parecen mucho? Mediante esta especie de juego de palabras, lo que Sócrates quiere transmitir aquí es la similitud entre ambas acciones. Ella… se queda mirando la cara demacrada del profesor de griego, la tiza que sostiene en la mano, las palabras en su lengua materna semejantes a manchas de sangre seca, blancas, incrustadas en la pizarra» (82).

Este encuentro es el principio de una relación tensa, ambigua, colmada de incertidumbre, de dudas, de silencios y de oscuridad. Las limitaciones físicas y la conjunción de sentimientos van a propiciar que se dé un encuentro de ambos y se inicie una relación más empática y profunda. Para contarla (en el capítulo 17), la autora recurre a la analogía de un pequeño pajarillo que se encuentra encerrado en un sótano y, al intentar salvarlo, el profesor cae, pierde sus casi inútiles lentes y se hiere la mano. La alumna, fortuitamente pasa por el lugar y auxilia a su profesor, lo lleva a su departamento y le procura asistencia para que adquiera nuevos lentes.

De allí en adelante, el diálogo entre profesor y alumna se robustece hasta llegar a un encuentro físico, que no parece trascender al no ser sino un encuentro de dos soledades, de dos tristezas, de dos mutismos y dos cegueras: «Cada vez que se encontraban nuestros labios, la oscuridad se hacía más densa. La quietud se acumulaba como la nieve que borra para siempre todas las huellas»…

grdgg@live.com.mx

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