Acertijos

MADRID DIA CUATRO (EL TAQUERO DEL FERRARI)

Columna Acertijos de Gilberto Haz

Si algo bueno te pasa, viaja para celebrar. Si algo malo te pasa, viaja para olvidar. Si nada te pasa, viaja para que algo pase. Camelot.

Cerca del hotel donde me hospedo, hace años vimos el nacer de un taquero mexicano que, en la mera esquina de la calle Salud comenzaban a formarse las filas, para probar esos tacos que en Orizaba y en todo México hay un puesto en cada esquina, de esos trompos gigantescos que venden tacos al pastor y de los árabes. Hace años comí unos y ahí iban, parecidos a los nuestros, creo que costaban un euro cada uno, o sea 22 pesos de ahora. El taquero comenzó a hacer clientela a lo bestia y al paso de los años su fama creció y se mudó apenas el año pasado a un local más grande, el antiguo tenía unas cuantas mesas, este ya constaba de tres secciones, las colas siguieron y la fortuna se acrecentó. Le llamamos el taquero del Ferrari, porque contaban los que lo conocen y sus empleados, que llegaba a bordo de un Ferrari que se compró con su trabajo y esfuerzo, decían que cuando inició el negocio le tuvo mucha fe al taco y le atinó. Unos dicen ahora que no es mexicano, que es de Cádiz y que su esposa sí lo es. Lo cierto es que, cuando por aquí vengan, métanse un taco en esta esquina. Intenté antenoche cenar unos pero imposible, la cola era como de una hora y hacia frio para estar en la calle en espera de unos que, en nuestros pueblos, hay en cada esquina. Era cola como de día de la elección con todo y sus acarreados. Para la otra.

MIEDO A LAS ALTURAS

He narrado que mi miedo a las alturas me prohibió durante años tomar un avión. Me ocurría lo que un día dijo Picasso: “No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al avión”. Lo perdí cuando con un amigo volamos en una avioneta hacia Mc Allen desde Veracruz y me dije, si este no se cayó, no se caerá ninguno en el que me suba. Y en los 80s con mis padres me fui en un México-Nueva York, vuelo de unas cinco horas que con eso te quitas el miedo o te lo quitas,  a ver el afamado Abierto de Tenis de Estados Unidos, cuando reinaban McEnroe, Jimmy Connors y Bjon Borg, en ese estadio de Flushing Meadow, área de Queens, donde en una ocasión un mexicano, Rafael Pelón Osuna, ganó en singles ese abierto y entró a la inmortalidad de los ranqueados mundiales, hasta el día que aquel avión maldito cayó en Monterrey y murió, al lado del político Carlos Alberto Madrazo, aquel fatídico 1969, lo que originó esa leyenda de que el avión lo habían derrumbado, cuando la política se entremetía y a los adversarios había que hacerlos a un lado. Nunca se comprobó nada, fueron solo ‘supongandos’, como dicen en mi pueblo. Hablo de las alturas porque aquí en Madrid, en un hotel llamado Riu Plaza España de Gran Vía, en el piso 26 tienen un mirador de 177 metros de altura, nada que espante después de que alguien se haya subido los 380 y pico de metros de altura a la nueva torre neoyorkina, que llegó a suplantar a las Torres Gemelas derrumbadas por los locochones árabes terroristas, desde donde se ve a tus pies la ciudad, sostenidos por un gran vidrio que transparenta la inmensidad y apanica, como la Atalaya del Cerro del Borrego en Orizaba, hay un bar arriba, cobran 5 euros la entrada más lo que consumas, hay mesas y mucha gente que aprovecha pata meterse un pegue y haz de cuenta que estás arriba de la Torre Eiffel, pero en bajito, guardando sus debidas proporciones, y ves todo Madrid, hasta las montañas cubiertas de nieve en estos días de duro cierzo invernal, cantaría Agustín Lara. Pues allí me tenéis trepado y casi temblando en ese Mirador de cristal y viendo la ciudad a tus pies. Vale la pena, para aquellos que no padecen el síndrome de las alturas, llamado Acrofobia.

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