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Bachillerato: la lógica del mercado y la lógica política

Después de definir por paradoja una proposición aparentemente contrapuesta a lo que se admite generalmente como lo más verosímil, la SEP arranca su reforma al Bachillerato nacional con la enumeración de siete «paradojas», dice, que están entorpeciendo la «formación integral» de los estudiantes de bachillerato y, por lo tanto, se justifica la necesidad de cambiar de paradigma educativo para ese grado escolar. (https://educacionmediasuperior.sep.gob.mx).

La primera paradoja, indica el documento oficial, «cuestiona la pertinencia y relevancia del enfoque basado en competencias tal como fue incorporado en la Reforma Integral de la Educación Media Superior (RIEMS) de 2008» y señala  que en sus bases «excluyeron de los mapas curriculares la enseñanza de la filosofía, la ética, la historia y el interés social. Y también redujeron a generalidades el conocimiento de la sociedad y en algunos subsistemas se enseñó una historia de carácter memorista». Y añade que: «Tampoco es posible seguir apostando al enfoque utilitarista e individualista que se ha asociado a la sociedad del conocimiento como principal y único eje rector del desarrollo de las naciones». Por eso, dice el documento, «el ámbito social, político, cultural, tecnológico, ambiental y global requiere de ciudadanos capaces de comprender en toda su complejidad su pasado para actuar en el presente y dirigir su futuro en armonía con el bienestar de un orbe cultural e ideológicamente diverso […] por lo que no debemos aceptar más el pensamiento único que reduce a mercancía la condición humana de las personas en la sociedad…, Y tampoco es posible seguir apostando al enfoque utilitarista e individualista que se ha asociado a la sociedad del conocimiento como principal y único eje rector del desarrollo de las naciones» (págs. 6-7).

Esta serie de acusaciones parece una generalización muy arriesgada. No es tan simple condenar un modelo educativo partiendo de un rasgo que, sin duda, es o fue parte de un pensamiento que, en su momento y en su contexto, fue (y habrá que ver si solo «fue» o sigue siendo, querámoslo o no), la forma de organizar una sociedad, una nación, que habían sido traicionadas por intereses políticos y económicos muy de un tiempo y lugar, como lo son todos o, al menos, la mayoría.

En 1970 el bachillerato prevaleciente era de dos años lectivos, los estudiantes debían elegir «área» desde el primer curso y el enfoque educativo estaba basado en el neoconductismo skineriano. Esto, desde la perspectiva actual, puede resultar demasiado determinante y limitante. Pero, en contrapartida, simultáneamente existieron modelos que buscaron actualizar y dinamizar ese grado escolar para adecuarlos a los nuevos requerimientos de la sociedad. Para ser más precisos, los modelos de bachillerato que se instituyeron en la década de los setenta por la UNAM y el Colegio de Bachilleres visualizaron otra forma de organizar el currículo. Quienes conocemos ambos modelos sabemos de la acertada visión que tuvieron quienes los diseñaron. Particularmente el CCH de tres años de la UNAM, sin enciclopedismo, sin memorismo, con planes y programas de estudios versátiles, dinámicos, críticos y propositivos, con énfasis en la dimensión social del conocimiento, con un sistema de evaluación integral y una didáctica dinámica y muy participativa.

De la misma forma, el modelo educativo del bachillerato establecido en 1987, basado en un Tronco común de materias, así como áreas propedéuticas en los semestres 5.º y 6.º, salvó aquella preocupación de que los alumnos decidieran área específica desde el inicio de ese grado académico, al tiempo que se buscó homogeneizar los casi 300 planes de estudio que había (y aún persisten) a escala nacional, facilitando en su normatividad en gran medida la movilidad de los alumnos. Se incorporó el área de capacitación para el trabajo con miras a dar una salida idónea a quienes desertaban por diferentes motivos.

Si bien es cierto que ese modelo tuvo fallas (por ejemplo, eliminar el estudio de las etimologías del español y limitar las horas destinadas a los conocimientos filosóficos), cumplió con los requerimientos de la sociedad en aquellos momentos.

El documento que se refiere a los fundamentos del modelo que ahora se implanta señala, con razón, que «Una Educación Media Superior pertinente al contexto actual, es aquella que es capaz de formar ciudadanos humanistas, críticos, participativos y con valores éticos, pues es ésta la condición para ejercer la libertad política por sobre la libertad económica». Sin duda que es así, pero también es verdad que estos ideales no han sido ajenos a los distintos modelos de estudios que han existido en el país desde hace 50 años.

Actualizar currículos escolares, sin duda, es necesario cuando ya no responden a una exigencia social, pero de eso a estigmatizar toda una historia con afanes de ideología y partidismo político es muy riesgoso y atrevido, pues de lo que se trata es de la formación de niños y jóvenes con vista en su propio desarrollo personal y social.

No se puede desligar la lógica del mercado de las demás esferas de la vida, como postula el documento de la SEP. Es verdad que no se puede supeditar toda la vida escolar al mundo del mercado y que para conocer el mundo no basta con asomarse por la ventana del mercado, mas también es cierto que es igual o más dañino cerrar la puerta a los requerimientos laborales de los futuros profesionistas y anular su capacitación para el mundo de la economía (o del mercado, como prefieren llamarlo).

Todo reduccionismo revela limitación y pobreza de miras. El panorama educativo tiene que ir más allá de las lógicas parciales, monoidéticas, sean las del mercado o las de una ideología partidista. Las teorías no fallan por lo que afirman sino por lo que niegan. Es conveniente evitar pasar de un reduccionismo a otro. Y tal parece que por ahí va el «nuevo» camino que se ha decidido implantar, no solo en la educación básica, sino en la formación de adolescentes y jóvenes en la educación media superior, el bachillerato.

Las reiteradas críticas a la educación enfocada a desarrollar competencias (que tendenciosamente se ha interpretado como formar competidores, es decir, subir la escalera pisando a los demás), parece haberse centrado en censurar y destruir el modelo que se implantó en 2008 y especialmente en 2017, desconociendo los planteamientos que han sido positivos en periodos anteriores y que, de una u otra manera, han coincidido en que el bachillerato es una etapa formativa que pretende una educación integral. Y ser integral es negar la parcialidad.

«Una Educación Media Superior pertinente al contexto actual, es aquella que es capaz de formar ciudadanos humanistas, críticos, participativos y con valores éticos”, repite el documento. Habrá que ver si ahora se pretende de verdad este enfoque o esconde otras metas y fines más acordes con una determinada ideología política, y que ahora la lógica política, en lugar de la lógica del mercado, sea la que se tiende a reproducir, y que la ganancia política se marque como el «el único criterio conocido para la interacción social, y aceptar como destino lo que decidan otros que defienden intereses políticos y sociales ajenos al bienestar general» (7).

grdgg@live.com.mx

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